Fueron miles años
de soledad,
de esperanza,
de sueños,
de recuerdos,
de un recuerdo tan obsesivo...
Era el otoño en El Jadida... Esta ciudad tan bella, soleada y florida que por algunos días me dio el pleno sentido de la palabra "felicidad", el inolvidable y amargo sabor de la felicidad!
Eramos jovenes, despreocupados, todo el día corríamos y jugabamos como niños, en la playa desierta, nos revolcábamos en la arena, ebrios de amor nos zambullíamos en las olas completamente vestidos, construíamos castillos...Era el otoño en El Jadida... Esta ciudad tan bella, soleada y florida que por algunos días me dio el pleno sentido de la palabra "felicidad", el inolvidable y amargo sabor de la felicidad!
Castillos de arena llevados por el viento...
Cada atardecer, sentados en la orilla del mar, me enlazabas y nos quedábamos allí, esperando en silencio que desaparezca el sol. A nuestro alrededor no había nadie; La intensidad y la magia de esos momentos me hacian sentir que se había parado el tiempo, que estabamos náufragos en una isla perdida, solos en un mundo sigiloso que nos pertenecia...
¿ Te acuerdas?
Me habías prometido que iríamos a Marrakech, la ciudad roja. Soñaba ir contigo perdernos en las calles de la medina coloreada y olorosa ... Soñaba que perfumaríamos nuestros besos del sabor del té con menta y de los cuernos de gacela y que me haría un tatuaje de henna en la plaza Jamaa el Fna, escuchando los mil rumores y ruidos tipicos de nuestro país.
Habría pedido que me tatouaran tu nombre y el símbolo del infinito...porque siempre supe que te amaría hasta el ultimo soplo y más allá!
Me quedé con mi ilusión... esperándote veinte años.
Me quedé como la bella durmiente esperando que vengas despertarme con un beso...
Viniste y me destrozaste el corazón.
Aunque los años me hubieran plateado el cabello, marchitado la frente y los nubes grises de las lágrimas oscurecido la mirada, tengo la esperanza humilde de ver un día tu sombra detrás de la cortina, de saltar de mi asiento y correr hacia ti para acurrucarme en el refugio de tus brazos.
Sin reproche ninguno, te diré : Eres mi razón de vivir.
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